La historia de Agny, una mujer de 34 años que se vio forzada a viajar a Ecuador para auxiliar a su hija y a su nieta recién nacida, es una más dentro de las de 909.796 mujeres que desde 2015 salen de Venezuela
Correr 2.272 kilómetros para salvar a su hija y a su nieta
La historia de Agny, una mujer de 34 años que se vio forzada a viajar a Ecuador para auxiliar a su hija y a su nieta recién nacida, es una más dentro de las de 909.796 mujeres que desde 2015 salen de Venezuela en condiciones precarias para buscar un futuro mejor al que le ofrece su país natal
Por Génesis Carrero Soto
Joagnys se fue. Simplemente se escapó y dejó atrás todo lo que conocía, su frágil estabilidad. A su madre, Agny.
Se fue sin nada en las manos y con la compañía de su pareja y la bebé que llevaba en el vientre y que la motivó a escapar de su casa en Maracay, una ciudad ubicada en la región central de Venezuela. Allí el hambre y los problemas se amontonaban entre las cuatro paredes de un anexo cedido por una escuela para que vivieran sus abuelos, encargados de la limpieza de la institución.
Primera de cuatro hermanos, Joagnys vio durante sus 15 años de vida a Agny, su mamá, padecer dificultades para criar a sus hijos en condiciones adversas, sin poder darles lo que necesitaban y, en muchas ocasiones, acostándolos sin comer por falta de dinero.
No quería vivir lo mismo. Por eso se fue.
La nieta de Agny nació en el departamento del Valle del Cauca, Colombia, el 25 de abril de 2019, una zona donde, según cifras de Migración Colombia de febrero de 2020, hay 85.780 venezolanos, lo que convierte a ese departamento de la nación neogranadina en el séptimo con más migrantes venezolanas y donde 40% de las embarazadas atendidas son también del vecino país.
En ese contexto nació la bebé y cuando apenas tuvieron fuerzas, Joagnys siguió su camino a Ecuador. La niña tenía solo 15 días de haber llegado al mundo cuando una de las hermanas de Agny recibió una llamada desde territorio ecuatoriano para informar que la pequeña estaba muy enferma, y que necesitaban la presencia de algún representante de la madre adolescente.
Mientras Agny resolvía qué hacer, llegó otra llamada en la que anunciaban que si la madre de Joagnys no se presentaba en Ecuador le quitarían a la recién nacida.
Agny no lo pensó. Le encargó a sus hermanas el cuidado de Manuel, de 12 años, y de Ariagny, de 10 años, y tomó en los brazos a Eliagny, de 2 años, para ir tras su hija mayor.
Allí empezó el periplo de esta mujer que juntó lo poco que tenía y emprendió un viaje, a veces a pie y otras en cola, para encontrarse con su hija mayor y mantener a su nieta a salvo.
Cruzar
El viernes, 7 de junio de 2019, Agny salió tras los pasos de Joagnys. En 24 horas ya estaba en Cúcuta, a 736 kilómetros de Maracay, en un refugio fronterizo iniciando los trámites para conseguir la Carta Andina, el documento con el que podría hacer el paso legal entre fronteras sudamericanas sin tener pasaporte.
Aunque Eliagny ya caminaba, cruzar el puente Simón Bolívar, principal portal de ingreso de inmigrantes venezolanos a Colombia, era difícil. La pequeña se cansaba y pedía a su madre alzarla. Las fuerzas repuestas durante dos días en el refugio que las acogió no fueron suficientes cuando tuvo que volver a este paso para obtener el documento que necesitaba.
En Migración le dijeron que no podría recibir la Carta Andina si no tenía un pasaje comprado. Ella se volteó de espaldas a la taquilla del puente, vio unas sillas metálicas y se quedó allí, con su niña, una noche entera.
No tenía a dónde ir, y volver ya no era una opción.
El frío y el hambre que la agobiaba no la amilanó. Tras más de 24 horas en la misma silla, decidió ir al terminal de Cúcuta a pedir ayuda. Eran las 5:00 pm cuando, como un ángel, apareció un amigo venezolano que la reconoció y le compró un perro caliente y una gaseosa para ella y para la niña.
Además, le dio los 2.500 pesos que hacían falta para comprar una ficha que pedía Migración a cambio de sellar la carta y aprobar su tránsito en el país. Así, gracias a la caridad, logró abordar un bus hacia Bogotá.
La Cruz Roja colombiana la ayudó a costear el pasaje a la capital y otra refugiada que también hizo el trayecto compartió sus alimentos con ella y con la niña.
Siete días después de salir de Maracay, Agny estaba en Bogotá con un pasaje para ir a la frontera de Ecuador. Una línea de buses le brindó el apoyo y corrió con los gastos de su boleto. Desconocidos le dieron algo de alimento para Eliagny, que en esa ciudad desarrolló diarrea y una gastritis bacteriana.
En el camino Agny encontró muchos niños, muchas mujeres solas, familias enteras recorriendo a pie lo que ella logró pasar en bus gracias a la solidaridad de otros.
–Hay gente que te ayuda y te tiende la mano. Te dan un pan, agua y hasta posada. Pero otros solo te juzgan. Nadie sabe porqué estás ahí –reflexiona Agny.
El viernes, 14 de junio, Agny pisó suelo ecuatoriano. Terminó su recorrido de Angustia por dos países en una distancia de 2.271 kilómetros. Pero, por la hora de llegada –las 6:00 pm- le tocó dormir otra vez a la intemperie, esta vez, en el terminal junto a su nena enferma. Unicef, que ya estaba al tanto del caso de Joagnys y su hija, recogió a Agny y a Eliagny en la estación casi 12 horas después y juntó sus pasos con los de su hija mayor.
El encuentro
La nieta de Agny estuvo a punto de morir por un derrame intestinal en el recorrido que su madre hizo con ella a pie para llegar a Ecuador. El cambio de clima, las bajas temperaturas que enfrentaron en el trayecto y la mala alimentación de esos días hicieron mella en el organismo de la recién nacida, que no tenía 15 días fuera del vientre de su madre y ya se enfrentaba a una migración forzada.
Dos de cada tres venezolanos migrantes eligen Ecuador como destino. Las cifras oficiales dan cuenta de que al 30 de abril de 2020 se habían recibido 29.000 solicitudes de venezolanos que aspiran a la condición de refugiados y se estima que 400.000 personas de nacionalidad venezolana viven en Ecuador.
Entretanto, la Subsecretaría de Migración del Ecuador informa que 909.796 mujeres ingresaron a su país entre 2015 y abril de 2020. El año 2019, Agny, Joagnys, Eliagny y la recién nacida formaron parte de las 257.557 venezolanas que entraron a la nación latinoamericana para encontrar lo que Venezuela les negó: trabajo, comida y bienestar.
Cifras del Ministerio de Interior ecuatoriano sitúan a Agny, a sus dos hijas y a su nieta dentro del 48% de mujeres que integran el grupo de migrantes venezolanos en ese país. Al 31 de mayo de 2020, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), registró la existencia de 107.052 refugiados, migrantes y solicitantes de asilo en Ecuador, el sexto país de la región con mayor cantidad de migrantes venezolanos.
—Cuando mi hija llegó a Ecuador, mi nieta tuvo una infección en el estómago y tuvieron que hospitalizarla de urgencia. A los cinco días de la hospitalización de la niña, el marido la dejó abandonada y me localizaron para llegar aquí porque por ser menor de edad le podían quitar a su hija. A mis otros hijos tuve que dejarlos por falta de cédula —recuerda Agny.
En esa realidad se situó Agny. A sus 34 años salió de su país tras su hija mayor, con su niña más pequeña en brazos y dejó a otros dos atrás. Y aunque dejarlos fue una punzada fatal, el maltrato de muchos colombianos y ecuatorianos con los que se topó en el camino pusieron sal en la herida abierta.
Lograr que su nieta se salvara y que no se la quitaran fue difícil, pero no más que sobrevivir un año en una ciudad ajena, con cultura desconocida, sin trabajo y con una pandemia que cerró todas las puertas.